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En el universo el cambio es la regla

Sin necesidad de pronunciarlo, o de hacerlo público, los humanos sabemos que nada es para siempre como también entendemos, sin haber estudiado ciencia, que la materia se transforma inevitablemente.

Nuestra conciencia no parece ser la misma al nacer que cuando crecemos y aprendemos de nuestras experiencias. De cierta manera no somos los bebés que fuimos, porque hasta nuestras células se reemplazan con el tiempo, la materia que formo nuestro cuerpo infante ya no es la materia que forma nuestro cuerpo de adultos.

Así como nosotros cambiamos y se va invariablemente deteriorando nuestro cuerpo, cambia todo a nuestro alrededor, nuestras amistades, nuestra familia, nuestro entorno. Los veranos que vivimos hace veinte años, no son iguales a los veranos que vivimos hoy, el lenguaje, la tecnología que utilizamos, la ropa, los zapatos, nada es igual, y, sin embargo, la gente vive temiendo al cambio, se agarran del pasado, y niegan su presente, viven añorando lo que alguna vez fue, los amores que vivieron, las canciones que lloraron o cantaron con placer, y así se van de esta vida deseando vivir de nuevo lo que nunca volverá a suceder. No seamos tontos, sufrir por el pasado es latigarse a uno mismo todos los días, ese látigo es el apego a lo que momentáneamente llenó nuestras vidas.

En el universo ni las estrellas son eternas, nacen, consumen su energía y explotan.  Las catástrofes naturales parecen ser un recordatorio del cambio, los huracanes tiran árboles, derrumban cerros, pero la vida sigue, la destrucción trae consigo agua importante para la vida, los cerros reverdecen, las semillas latentes en el suelo germinan y la tierra absorbe agua que se deposita en los mantos freáticos. Los movimientos de las placas tectónicas por su parte crearon los continentes que hoy conocemos, pero en unos millones de años no serán los mismos, y haces algunos millones de años no estaban aquí.

A veces concluyo que los seres humanos somos como un huracán, quizá como un virus, o un terremoto, somos el motor del cambio de nuestro planeta, desestabilizamos los ciclos que han existido por milenios, provocamos caos en la red alimenticia, contaminamos el agua, el aire y dañamos la valiosa capa de ozono que nos protege de los dañinos rayos ultravioleta, esparcimos virus, nos eliminaos entre nosotros mismos a través de la guerra, extinguimos especies, nos envenenamos el cuerpo y el pensamiento, decimos amar y solo parecemos actuar en contra del prójimo. Nos lamentamos, nos sentimos desdichados, nos acusamos unos a otros, nos odiamos y tratamos de impedir a toda costa nuestra paz mental, cerramos lo ojos a la verdad y preferimos creer que sufrir y hacer sufrir es parte de la vida.

Pero creo que hay algo pequeño, un sentimiento olvidado, una palabra mágica que puede cambiar el rumbo de la humanidad, que como un diminuto engrane quizá puede cambiar la dirección de la gran rueda que hace girar al universo, el cambio es eterno, pero presiento sinceramente que “el amor” es esa brújula que necesitamos, pero el amor no “el apego”, esa obsesión que nos obliga a no aceptar que la única regla del universo es el cambio, si no el amor sincero, ese que deja que las almas decidan su camino y siendo libres aprendan que solo retornando a él es posible ver más allá de lo desconocido, a ese amor incondicional, ese amor sincero, es quizá a lo que llamamos Dios, y está ahí en todas partes, esperando a ser observado, no con los ojos del cuerpo, pero con los ojos del alma.

Ojalá que este nuevo año, sea nuestra misión como humanidad encontrar a Dios, para que la rueda de nuestro destino construya caminos de felicidad, donde hombre y naturaleza vivan sin miedo al cambio.

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