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Cuando un árbol cae

Alguna vez, seguro, hemos pensado qué pasa con la muerte en la naturaleza; por lo que sabemos, no es difícil inferir que la muerte da paso a una serie de transformaciones, lógicas, si se quiere. Veamos lo que ocurre cuando un gigante se va.

Se escucha un estruendo repentino en el bosque, e inmediatamente las aves callan, mientras el ruido se transforma en un crujir que pasa lento y termina en un golpe seco que hace vibrar el suelo, ha muerto un gigante, es un centenario árbol que al caer ha chocado con gran poder contra la tierra húmeda.

A partir de ese momento las cosas cambian, él era una comunidad en la que insectos de todos colores, plantas epífitas como bromelias, orquídeas y aráceas, hongos, líquenes, aves, mamíferos y reptiles solían interactuar.  

Había vivido muchos ciclos solares y lunares, había presenciado la transformación del bosque tropical subcaducifolio en colonias humanas, quienes eran el peligro latente de que un día decidieran invadir su espacio, afortunadamente había cumplido con su deber en la naturaleza y no presenciaría la transformación de su hogar. Al morir él, otros que se cobijaban en su sombra perecen también, la luz solar ha penetrado entre la vegetación robando su aliento en forma del vapor que se escapa del cuerpo. 

La muerte es solo una transición en el interminable fluir de la materia en nuestro planeta, donde algunos organismos vegetales ya no logran crecer, otros oportunistas fincan su morada. No necesitan mucho, solo un poco de agua y sol, los pastos y hierbas se apoderan del lugar por varias generaciones, hasta que las cosas vuelven a cambiar. 

El tronco que yace en el suelo es devorado lentamente por termitas, además de hongos que usan la humedad que la madera retiene después de una lluvia para penetrar profundo en la celulosa, otros seres vivos colonizan el interior, desde aquellos pequeños como caracoles, milpiés, lagartijas y ratones hasta los de mayor tamaño como iguanas, serpientes y posiblemente un jaguarundi. 

Pero, aunque esta residencia parezca eterna para quienes ahí habitan, continuamente se transforma. El tronco se cubre de lianas de una especie de calabaza silvestre y al paso de los años, conforme su cuerpo se degrada, los tiempos de las herbáceas quedan atrás y llegan los arbustos, un nuevo refugio que ocuparan inquilinos recién llegados. 

De entre los arbustos sobresale uno que parece no parar de crecer, es un joven árbol que compite por ocupar el lugar del viejo que se fue, y un día cubre orgulloso con todas sus ramas el hueco vacío que había quedado en el dosel de la selva. La muerte no es muerte, sino el renacer constante de la vida.

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