Existe una atractiva historia de mujeres escritoras en la literatura universal. Salvo contadas excepciones, no hay casi rastros de mujeres escritoras o lectoras, hasta el siglo XVIII.
La literatura ha sido mayoritariamente escrita por y para hombres. Hasta bien entrado el siglo XX, fue un territorio prácticamente vedado a las mujeres. De allí, la importancia de recuperar la historia de las creadoras y rescatarlas del olvido.
Para comenzar a escribir las autoras se ocultaban bajo pseudónimos masculinos o se recluían en sus hogares, aislándose de la sociedad.
A pesar de los obstáculos, la “literatura escrita por mujeres” fue creando la posibilidad de cuestionar los roles establecidos, de romper modelos y expandir temas que resultaban impensables.
Con la voz y la escritura de las mujeres, se desarrolla una narrativa donde se abren paso nuevas y diversas formas de abordar la intimidad. Desde la ficción, se empieza a desobedecer el registro imperante; se habla de la familia y de la casa, pero también, del erotismo y la sexualidad. Las temáticas se vinculan con una época, con un contexto y nos obligan a reflexionar.
Tengo que reconocer que los primeros libros que leí en mi juventud fueron todos escritos por grandes maestros de la literatura, no descubrí la literatura escrita por mujeres hasta pasados los veinticinco años.
Después de mi encuentro con Ángeles Mastretta, su narración en “Arráncame la vida” hacía eco en mi sangre, como un relato de familia o un secreto develado.
Sara Sefchovich me llevo a pasear, en “Demasiado Amor”, por las carreteras de todo México y llegue a jurar, que su misterioso novio, había sido también novio mío; nunca me he reído tanto con un libro.
Con Marcela Serrano y su “Albergue de las Mujeres Tristes” me cuestioné si, una mujer exitosa, está condenada a la soledad siempre. Casi desisto de mi carrera empresarial por miedo a quedarme más sola que la una.
Gioconda Belli y su “Mujer Habitada” me mostraron los movimientos revolucionarios de Latinoamérica, la lucha de liberación contra la dictadura de Somoza en Nicaragua y los cambios generacionales de Chile en “La Casa de los Espíritus” de Isabel Allende.
Almudena Grandes y sus “Castillos de Cartón” me abrieron al placer del erotismo e hicieron que me enamore del Madrid de la libertad después del franquismo.
Rosario Castellanos y su literatura indigenista y feminista, Elena Garro y su realismo mágico, los cuentos fantásticos de Amparo Dávila, los incómodos escritos de Guadalupe Nettel: con ellos recorro un camino que va del México post revolucionario, con sus grandes retos y contradicciones, al caótico y vertiginoso México moderno que nos ha tocado vivir. Para entonces ya solo quería leer más y más literatura escrita por mujeres.
Cruzando fronteras culturales y de idioma, me encontré en la “Habitación Propia” de Virginia Woolf y buscando el “Segundo Sexo” con Simone de Beauvoir, con el corazón inflamado por los discursos feministas del siglo pasado.
Últimamente se me han alertado los sentidos, sobre todo después de leer a Margaret Atwood y su distópico “Cuentos de una criada”. Allí todos los derechos ganados por tantas mujeres heroicas se pierden hasta volver a ser vientres, en una Norteamérica fanática y fundamentalista.
Así, las narraciones y la voz de las mujeres van haciendo eco en la historia y las historias de las luchas, los sueños y los más grandes temores de las mujeres, desde el inicio de los tiempos.
Si todavía no eres lectora o lector de esta literatura, atrévete a escuchar las voces de las mujeres, silenciadas por tanto tiempo.